Según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), las personas con discapacidad se enfrentan a mayores tasas de desempleo y, cuando consiguen un trabajo, reciben salarios menores. Aunado a ello, tienen mayores probabilidades de emplearse en el mercado informal, lo cual limita todavía más sus alternativas de crecimiento en el mundo profesional.
De acuerdo con la ONU, las personas jóvenes con discapacidad tienden a no trabajar y a estar fuera del sistema educativo. La cuestión se vuelve aún más complicada al tratarse de las mujeres, quienes tienen una tasa de inactividad superior.
En el caso de México el panorama no mejora, pues se mantienen las condiciones de desigualdad y la falta de alternativas en el mercado laboral. Datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) señalan que en nuestro país las personas con diversidad funcional o alguna condición mental equivalen a un 5.69 por ciento de la población.
Y, aunque cada vez se extienden más mensajes mediáticos para evitar la discriminación, la experiencia cotidiana, especialmente en el ámbito laboral, es muy diferente. En este sentido, Eréndira Aquino, escribe en Animal Político que: “Aunque en las leyes vigentes en el país se reconoce que las personas con discapacidad no pueden ser discriminadas en la selección, contratación o tipo de empleo, en la realidad viven situaciones de exclusión”.
La periodista recuerda que en diciembre de 2018 se promovió una iniciativa de reforma a la Ley Federal del Trabajo, para que todas las empresas cuenten con instalaciones adecuadas para personas con discapacidad. Un año después, la senadora Patricia Mercado presentó un dictamen para que se adicionara una medida que obligue a las empresas con más de 20 trabajadores a otorgar al menos el 5 por ciento de sus plazas a individuos con diversidad funcional. Aunque el dictamen fue aprobado en 2022, todavía no ha sido discutido en la Cámara de Diputados.
Aquino añade: “Otra reforma a la Ley Federal del Trabajo que se encuentra en pausa fue propuesta por la diputada Yessenia Olua, de Morena, que busca que se establezca en el artículo 7 un apartado Bis, en el que se determine que en toda empresa el patrón deberá emplear mínimo 4% de trabajadores con discapacidad. También establece que a los patrones que no cumplan con estas obligaciones se les impondrá una multa de entre 25 mil 935 pesos y 259 mil 350 pesos”.
Uno de los grandes obstáculos para que estas reformas avancen es que algunos grupos empresariales se oponen a dejarlas pasar. Ante los diversos intereses políticos y económicos que frenan estos impulsos, organizaciones como el Movimiento de Personas con Discapacidad se mantienen en pie de lucha para exigir trabajos dignos.
Esta problemática prevalece también en la industria indumentaria, donde las condiciones laborales son inseguras y precarias, lo cual convierte a sus espacios de trabajo en territorios peligrosos.
LA MAQUILA: ZONA DE RIESGO FRENTE A LA DISCAPACIDAD
De acuerdo con el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), tan solo en 2021 se reportaron 305 mil 646 accidentes de trabajo. De esta cantidad se concluyó que la industria de la manufactura se encuentra entre las 10 más peligrosas.
Según las Memorias Estadísticas 2021 del IMSS, el 41 por ciento de los accidentes laborales ocurren por exposición a máquinas, un 29 por ciento se debe a caídas y otro 14 por ciento fue resultado de un exceso de esfuerzo.
La situación se vuelve aún más preocupante cuando estos datos se trasladan al territorio de la industria indumentaria, donde un aproximado de 3.1 millones de personas carecen de un ingreso suficiente para superar la pobreza, y el 53 por ciento no tienen seguro social —acorde con cifras del Segundo reporte especial: La precariedad no pasa de moda de Acción Ciudadana Frente a la Pobreza—. Esto deja a la mayoría de quienes trabajan en este sector totalmente desprotegidos frente a las inseguridades de sus centros laborales o ante cualquier accidente.
Nancy Viridiana Ruíz Vargas y Ruth Magdalena Gallegos Torres, en su artículo Factores asociados a la ocurrencia de accidentes de trabajo en la industria manufacturera, señalan que las maquilas son uno de los principales espacios de riesgo para las y los obreros. En estas fábricas la gente está expuesta a químicos de toda clase, así como a perder alguna parte de su cuerpo en las enormes máquinas que suelen emplear.
Los diferentes factores de riesgo pueden provocar discapacidades temporales, permanentes o incluso la muerte. Las académicas afirman que “la alta prevalencia de accidentes de trabajo está directamente relacionada con el estrés laboral, el turno nocturno, el uso inadecuado o insuficiente de equipos de protección personal, el nivel educativo, manejo de sustancias químicas y el consumo de alcohol, sumado a situaciones de riesgo ergonómico tales como el ruido, movimientos repetitivos y temperaturas elevadas, que traen consigo una mayor incidencia de accidentes, destacando las caídas de personas y, al mismo o distinto nivel, caída de objetos, aplastamiento y atrapamiento de miembros”.
Para las autoras, las circunstancias más riesgosas, además de las estructurales, tienen que ver con cuestiones psicológicas y económicas ocasionadas por el exceso de trabajo y la precariedad. Todos estos agentes provocan el decaimiento de las personas trabajadoras, así como una baja en sus niveles de atención y cuidado.
Las consecuencias de las malas condiciones laborales no permanecen únicamente en lo físico, sino que se trasladan al plano de lo mental y sus discapacidades psicosociales, las cuales pueden provocarse debido a las situaciones extremas de estos sectores.
El elevado número de accidentes en la industria demuestra que se trata de un territorio hostil para quienes ya tienen alguna diversidad funcional, así como una zona minada donde muchas personas pueden adquirir diversas discapacidades a consecuencia de la falta de seguridad.
Son bastantes los ejemplos trágicos, entre ellos está el derrumbe del Rana Plaza, que causó la pérdida de mil 136 vidas; o el incendio en Tazreen Fashions, donde murieron 112 personas. Estos casos ocurridos en Bangladesh dejaron en evidencia que las maquilas del sector indumentario, en su mayoría, son lugares inseguros. También se hizo evidente lo esencial que es realizar cambios radicales relacionados con la creación de ambientes seguros y saludables, aptos para personas con diversidad funcional, así como la urgencia de que las y los trabajadores puedan acceder a derechos laborales básicos como la protección social, el acceso a sindicatos, vacaciones y salarios dignos.
LA DISCAPACIDAD Y EL GLAMOUR
Dentro del universo de la indumentaria, y ante el complicado estado estructural de las maquilas, los mayores esfuerzos para crearle espacios a las personas con discapacidad vienen de la moda, del trabajo colectivo para hacer evidente que hay otros tipos de cuerpos: cuerpos capaces, cuerpos senti-pensantes, cuerpos válidos que también merecen ser tomados en cuenta dentro de los espacios laborales de este sector.
La escritora Zel Cabrera, en su artículo El día que miré con otros ojos la discapacidad, cuenta algunos de los baches emocionales que ha debido superar al entender que su forma de existencia no tiene una verdadera representación: “Vivimos en una sociedad cuyo imaginario colectivo conceptualiza al discapacitado como un ser humano de segunda clase: incapaz. Nos rige un Estado en cuyas políticas públicas la discapacidad es solamente un programa de ayuda social, casi una limosna para decirse a sí mismo que está haciendo algo. La inclusión sigue siendo algo poco palpable y para acceder a un trato igualitario tenemos que fingirnos normales, no enunciarnos realmente como somos, no pensarnos diferentes, aunque lo seamos desde el nacimiento. Y entonces intentamos vivir camuflados”.
Frente a la falta de espacios y oportunidades, iniciativas como ADAPTISA —e-commerce de ropa multimarca— generan nuevos relatos. La fundadora, Maria O’Sullivan-Abeyratne, quien vive con espondilitis anquilosante, construyó este proyecto para ofrecer oportunidades laborales a personas con discapacidad (tanto a nivel de talleres, como en los equipos creativos y comerciales) y, también, para brindarles a las personas como ella una serie de prendas diseñadas para responder a las necesidades de sus cuerpos.
En esta plataforma se encuentran productos especiales para quienes usan sillas de ruedas, para personas con prótesis, para quienes han sufrido cáncer de piel y para una serie de personas que sistemáticamente han sido borradas de los cánones de belleza.
En su artículo El cuerpo con discapacidad en el mundo de la moda, Selediana de Godinho profundiza en el tema: “Hay que pensar en la cuestión de la indumentaria como un medio de autonomía, de interacción y de inclusión social. No se trata solo de prendas funcionales y que generen comodidad. Se percibe a la persona con discapacidad como un consumidor que también quiere presentar su cuerpo, independientemente de su condición. Resaltar o esconder es un asunto que debe ser individual y no una condición segmentada por un mercado”.
La diseñadora Anett Castro, que anteriormente fue directora de la Fundación ParaLife, entendió muy pronto la conexión entre abrir espacios de reconocimiento a otras corporalidades y generar más oportunidades de crecimiento laboral para las personas con discapacidad. Castro reconoció rápidamente que la industria indumentaria es un campo fértil para llevar a cabo ambos objetivos y así fue como creó Moda incluyente, una empresa que, entre otras cosas, coordina desfiles en los que participan modelos con discapacidad.
Moda incluyente busca abrir caminos profesionales en la industria, al tiempo que rompe los paradigmas capacitistas de belleza. La ahora dirigente de la Cámara Nacional de la Industria del Vestido, asegura que este sector tiene un enorme potencial para sensibilizar a la sociedad en torno a las necesidades de las personas con diversidad funcional.
Esto lo reafirma Zel Cabrera, quien luego de ser invitada a All inclusive Runway —una pasarela de modas por y para personas con discapacidad, organizada por las asociaciones Kadima y Cambiando Modelos— narra su emoción al saberse tomada en cuenta: “A pesar de que esta era la segunda edición, para mí se sintió como la primera. Ver todos los modelos me abrió la esperanza de que, en años futuros, esos pequeños niños con diversidad funcional que estaban entre el público podrán verse y no sentir vergüenza de su cuerpo o sus habilidades como lo sentí yo en la infancia y la adolescencia. Podrían incluso soñarse como modelos de pasarela, como cualquier otra persona, y ser deseados, admirados, sentirse guapos y atractivos, y no menos personas por tener otra manera de habitar la superficie. Miré a la discapacidad con otros ojos, unos en los que el glamour también es posible”.
Los esfuerzos que se hacen desde la industria indumentaria abren grandes paisajes: el de empoderar a las personas con discapacidad, el de romper los estigmas que caen sobre sus cuerpos y, finalmente, el de generar posibilidades de empleo seguras —con el fin de reducir los accidentes laborales y crear espacios de fácil acceso para las personas que viven con alguna diversidad funcional—. Y, aunque el avance es lento, se asoman nuevas áreas en las cuales trabajar duro para que un futuro más digno sea posible.

Fotografía de Cambiando Modelos
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